domingo, septiembre 12, 2004

El domingo en el que desaparecieron los besos de buenos días

Ya sólo quedaban de esos. De los de sin pasión. De los mecánicos. De esos programados, en los que nuestros labios se unían áridos por unas décimas de segundo.

Ya, ya sé que no es mucho. De hecho yo pensaba que no era nada. Pero como en casi todo, uno se da cuenta de su valor justo en el momento en el que los pierde.

Aunque no fuesen ni besos en el sentido físico de la palabra, ya que eran más un recordatorio, una especie de pequeña llama de esperanza, ese pequeño y aislado acto de amor era para mí el último clavo ardiente, la última puntada de nuestro amor hilvanado.

Hoy se ha levantado antes que yo. Es domingo. El resto de la semana lo hago yo antes. Pero eso no era motivo para que en cualquier momento del día en el que nos veíamos por primera vez, nos diéramos el beso de buenos días. Hoy ha pasado junto a mí. Amable. ¿Has dormido bien? Casi sonriente. Pero sin beso.

Un rato después me ha dicho ¿Hacemos la cama? Como si la hubiéramos deshecho...

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Por casualidad he caído aquí, pero creo que me voy a quedar un tiempo. Suenas interesante.

Thelma

Haiduc dijo...

Bienvenida Thelma, y gracias. Si vienes por aquí a menudo, quizá me pilles algún día gritando. No te asustes, es que estoy acostumbrado a estar solo.

Anónimo dijo...

Déjame gritar a tu lado.

Thelma.