domingo, marzo 27, 2005

Cambio alma por un botijo

Harto de que la realidad me acariciara con sus dedos de cristal roto, y dibujara en mi espalda jirones de caminos que no llevaban a ninguna parte, decidí vender mi alma al diablo.

Yo fui educado entre relicarios y guitarras con flores a María, por lo que vender el alma a Satanás había sido grabado a fuego en mi conciencia como lo último, lo peor, lo más bajo y rastrero que un ser humano podría realizar. A pesar de eso, lo hice.

Todo empezó sin pretenderlo. Un día encontré entre un montón de antiguos papeles un curioso cuadernillo, escrito y decorado a mano. Se titulaba "Shemhamforash!". Comencé a hojearlo, y vi que se trataba de un conjuro para invocar a Satanás y venderle el alma. Pensando ‘yuyu-yuyu’ lo dejé donde lo había encontrado y me largué.

Pasé la noche con el palabro martilleándome la cabeza "Shemhamforash!" "Shemhamforash!" "Shemhamforash!". Al día siguiente volví al lugar, tomé el cuadernillo, y me fui a un lugar tranquilo, donde pudiera leerlo sin sobresaltos.

Antes de terminar, ya había decidido que lo haría, a pesar de estar mercurio retrógrado, y no ser por tanto buena fecha para cualquier tipo de transacción, por muy espiritual que esta sea.

‘El diablo se esconde en los detalles’ es una frase que repito a menudo, y vaya que en esta ocasión resultaba propicia. Los preparativos fueron realmente lo más complicado. Entre otras cosas necesitaba una vela negra, una imagen de Bafomet y un pentagrama inverso, y eso no se compra en el Carrefour.

Una vez todo dispuesto, y con la capa del disfraz de Batman a modo de túnica negra, sobre el altar improvisado coloqué todos los elementos: la vela negra, la imagen, el pentagrama, el cráneo de la colección ‘El cuerpo humano’ de Planeta de Agostini, y una campanilla que hice sonar 9 veces para comenzar con el ritual...

“In nomine Dei nostri Satanas Luciferi Excelsi. En nombre de Satanás, que rige el mundo y es el Rey de la Tierra, yo ordeno a las Fuerzas de las Tinieblas que viertan su poder infernal en mí. Abrid las Puertas del Infierno de par en par y salid del Abismo para recibirme como su hermano y amigo...”

Continué el rito entre curiosidad, miedo e indecisión invocando a Satán, Lucifer, Belial y Leviatán.

"Poderoso Satán, antiguo Señor del mundo, esta noche estoy ante Ti para declarar y confirmar mi alianza para contigo, tomando tu Nombre como parte de mí mismo...".

"Shemhamforash!" ........................................

Efectivamente cuando llega el diablo, huele mal. Pero no es azufre, yo lo describiría más bien como ese olor a comida podrida de las cañerías atascadas de un fregadero.

Vino un diablillo con cara de ‘ya está el pesao de turno invocando un viernes a las 7 de la tarde...’. En cuanto le vi, supe que yo no era gran cosa ni para el diablo, que mandaba a un gregario con pinta de becario. Me sentí un poco indignado, casi habría preferido vender mi alma por e-bay y me habría ahorrado los preparativos. Queriendo acabar pronto con el trámite, le propuse al diablillo un trato que a mí me pareció justo: mi alma eternamente suya a cambio de unas cuentas cosillas para mí y otras para quienes me quieren. Partiéndose de risa, metió su brazo larguilucho por entre mis costillas, sacó de mis adentros el objeto en cuestión, y lo colocó sobre la mesa de negociación. Cuando la vi -yo nunca había visto un alma-, me llevé una decepción enorme.

Era un alma bastante pequeñaja, de color parduzco, como sucio. Tenía forma de huevo, con la cáscara bastante cuarteada y en su lado más ancho tenía un agujero considerable con los bordes quemados por el que se podía atisbar su interior, que se veía vacío, aunque aún goteaba un líquido denso y verdoso, como mermelada de ciruela. Clavado con una chincheta en la cáscara, el huevo llevaba un papel que el diablillo, todavía tronchándose, desclavó y me ofreció para que leyera. Curiosamente, yo que no había sentido ningún dolor cuando el diablo me arrancó el huevo, vamos, el alma, sentí un pinchazo en los huesos cuando desclavó la chincheta.

El papel en cuestión era como la ITV del alma, un registro detallado del mantenimiento, y de mi dedicación a su cultivo, alimento, riego, y cuidados durante toda mi vida. En una sola página con formato de hoja Excel, Satanás había recogido y ordenado por fecha todos los momentos en los que mi alma sufría algún deterioro, y lo mismo con mis escasas acciones correctoras. Creo que desde que nací, él sabía que acabaría proponiéndole un trato, así que ahora me presentaba un huevo roto, vacío y sucio, al que yo había dedicado una página de mi vida a cuidar, y por el que pretendía conseguir un alto precio. Efectivamente, Luci dominaba el arte de la compra-venta.

Con tal situación de inferioridad la negociación no duró demasiado. El diablillo, que hablaba por su móvil mientras comerciaba conmigo y seguía partiéndose de risa, como prestándome poca atención, me ofreció no cobrarme nada por recogerla y deshacerme de ella. No llegamos a un acuerdo en esa ocasión. Yo que una vez había oído que el diablo no escatimaba en regalos y parabienes cuando de conquistar un alma se trataba, pues no, se ve que o son ya demasiadas las almas que se venden, o los presupuestos del averno se recortan como todos o las almas ya no son lo que eran.

Mientras tanto estoy intentando conseguir un poco más probando otras vías, que siempre me queda tiempo de llamar a esta nueva versión de ‘Hell-maus’. Voy a probar con el blog-comercio electrónico colocando un anuncio aquí mismo, porque digo yo, que como lo que más quiero es acabar con esta sed horrible de vivir, pues que quizá a alguien le sobre un botijo lleno de vida que ya no vaya a necesitar.

Cambio alma por un botijo.
Razón aquí.
1-800-thirsty


jueves, marzo 17, 2005

El puntito

El grifo de mi ducha es muy sensible.

No quiero decir que tenga sentimientos, ni que le afecte mi forma de agarrarlo, o lo que escucha en la radio mientras me ducho. Quiero decir que el puñetero necesita una precisión milimétrica para darme la temperatura que a mí me gusta.

A ver si va a ser que realmente es sensible y le gusta que le acaricie, porque ciertamente son caricias a izquierda y derecha lo que hay que darle para que el agua pase de ardiente a heladora. Así que me paso media ducha achicharrándome o congelándome la piel, pasando del morado al rojo y del rojo al morado, hasta encontrar el puntito.

Esta mañana, con el puntito ya encontrado, estaba yo enjabonado y escuchando Kiss FM cuando me ha dado por pensar una de esas tonterías que todos pensamos alguna vez (eso espero, que no sea yo el único que lo hace). Así que cavilaba cuál sería la menos peor forma de morir en una ducha: helado o abrasado.

Como he sido siempre de ciencias y bastante más reflexivo que vehemente, pues me he puesto a calcular el gradiente de temperatura que debería soportar en cada caso. Calculaba que por muy fría que saliera el agua, nunca sería por debajo de cero grados, lo que significaría soportar 37º menos de lo que a mí me gusta. En cambio, puestos a escaldarnos, el agua podría llegar hasta 100º, o sea, 63º más del ideal. Así que la razón me decía que era mejor soportar un gradiente de 37º que otro de 63º. Mejor congelarse.

Luego, al salir de la ducha y mientras me secaba en medio de la tiritona, he cambiado de opinión: estoy harto de morirme de frío.

domingo, marzo 13, 2005

Matando el tiempo

Por fin ha pasado esta tediosa tarde de domingo. Hoy me he dedicado a matar el tiempo.

Se me había ocurrido que cuando el tiempo hubiese notado que iba a matarlo, me pediría clemencia, y se pondría en mis manos, ofreciéndose como mi esclavo a cambio de su vida eterna. Yo, señor del tiempo, deteniéndolo, moviéndome en él, adelante o atrás, repitiendo los momentos en los que todo fue mal para intentarlos de nuevo, y también los inolvidables, como releyendo mi libro preferido, olvidando la tensión de la trama y el final ya conocidos, pero gozando de cada palabra, de cada detalle, una y otra vez.

Pararlo todo, mientras uno descansa. O corre más y gana camino a la vida. Tomar ventaja, para poder gastarla después donde y como quiera. Ver los inevitables trenes pasar, pero sabiendo que podrá hacer de ellos una instantánea movida, difuminándolos sobre el fondo que desee, y eligiendo, por primera vez eligiendo.

Y sin embargo, no es el tiempo lo que cuenta, sino el instante. No es el tiempo el que llena el frasco de la vida, sino la vida llena de momentos la que hace que ésta se desborde, y la ausencia de ellos la que la seca y agrieta. No es la vida ni larga ni corta, sino llena o vacía.

Por fin ha pasado esta tediosa tarde domingo. Hoy me he dedicado a matar el tiempo, y él a matarme a mí. Y es que entre asesinos nos entendemos bien.


viernes, marzo 11, 2005

El C del M

- ¿De dónde eres?
- De España.
- ¿España...? Ah, España... Eso está en México, ¿no?
- No, está en Europa.
- ¡Ah, Europa! Sí, sí... Pero allí se habla mejicano, ¿no?

(California, 2003)


lunes, marzo 07, 2005

Un cuento de otoño en invierno

Decidió huir. No hubo despedida.

Las farolas del parque, las finas gotas de lluvia compañeras de baile, la música del viento, el adúltero banco del fondo, la fuente vieja, los pájaros amigos bebiendo de su agua, el gran padre árbol, y por fin la hermana hierba sobre quien descansar por siempre.

Así terminó la hoja su huida, para nunca más volar.


martes, marzo 01, 2005

Vendetta

No sé perdonar.

‘No tener en cuenta la ofensa o falta que otro ha cometido’. Eso es perdonar. Y yo no sé hacerlo.

No me refiero a esas cuestiones cotidianas que pueden resultar más o menos molestas. Eso ni siquiera las considero ofensas. Me refiero a aquello que realmente nos duele y se clava tan dentro que nos revuelve las entrañas. Cuanto mayor es la ofensa, más difícil el perdón. Ofensa y perdón me resultan inversamente proporcionales, y en el punto de inflexión de esa función, la voluntad de perdón desaparece y aparece la de venganza.

‘Respuesta con una ofensa o daño a otro recibido’. Eso es la venganza. Y eso se me da bien.

A veces me doy miedo, puedo ser cruel. Conozco a las personas, y sé golpear allí donde más duele sin que parezca que lo he hecho. Mantengo mi herida abierta hasta que llegue el momento del resarcimiento. Ante todo intento desquitarme de la mejor forma, y ésta siempre suele ser pareciéndose lo menos posible al enemigo. No hablo de revancha, hablo de vendetta sibilina en toda regla. Esa que debe darse únicamente mientras se te considera derrotado, para que no se confunda con vileza.

El placer de la venganza consumada es intenso, tan infinito como efímero. Me recuerda a un orgasmo prohibido. Enseguida llegan los sentimientos de culpa. La venganza es atrozmente placentera, miel con espinas.

Afortunadamente, he encontrado un camino intermedio que da resultado, tanto para los deseos de venganza, como para el perdón imposible y para los orgasmos prohibidos: el camino del olvido.