domingo, marzo 13, 2005

Matando el tiempo

Por fin ha pasado esta tediosa tarde de domingo. Hoy me he dedicado a matar el tiempo.

Se me había ocurrido que cuando el tiempo hubiese notado que iba a matarlo, me pediría clemencia, y se pondría en mis manos, ofreciéndose como mi esclavo a cambio de su vida eterna. Yo, señor del tiempo, deteniéndolo, moviéndome en él, adelante o atrás, repitiendo los momentos en los que todo fue mal para intentarlos de nuevo, y también los inolvidables, como releyendo mi libro preferido, olvidando la tensión de la trama y el final ya conocidos, pero gozando de cada palabra, de cada detalle, una y otra vez.

Pararlo todo, mientras uno descansa. O corre más y gana camino a la vida. Tomar ventaja, para poder gastarla después donde y como quiera. Ver los inevitables trenes pasar, pero sabiendo que podrá hacer de ellos una instantánea movida, difuminándolos sobre el fondo que desee, y eligiendo, por primera vez eligiendo.

Y sin embargo, no es el tiempo lo que cuenta, sino el instante. No es el tiempo el que llena el frasco de la vida, sino la vida llena de momentos la que hace que ésta se desborde, y la ausencia de ellos la que la seca y agrieta. No es la vida ni larga ni corta, sino llena o vacía.

Por fin ha pasado esta tediosa tarde domingo. Hoy me he dedicado a matar el tiempo, y él a matarme a mí. Y es que entre asesinos nos entendemos bien.


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