lunes, diciembre 27, 2004

Una nochebuena

Una de las muchas cosas que aprendí cuando aprovechaba mi tiempo, fue a tragarme la vergüenza.

Recuerdo el silencio, sólo roto por el sonido del viento, de mi respiración y de la nieve aplastada bajo mis pies. Recuerdo la oscuridad, apagada por las escasas farolas de luz amarilla trepando por el gris de las casas. Recuerdo el frío y el viento cabalgando juntos, y abrazándome como alegrándose de verme. Recuerdo la agradable sensación de perderme por calles sinuosas y desordenadas, descubriendo estrechas plazas y patios, ventanas empañadas con quietas figuras dentro, chimeneas humeantes, puertas cerradas, abrigos negros y callados. Recuerdo agua cayendo de los tejados, y las gotas salpicando en los charcos de la acera de adoquines, marcando el tiempo del largo invierno.

- Voy yo.
- ¿Seguro? ¿Crees que lo encontrarás? Está oscuro. La licorería está en Stikliu Gatvé, a unos 20 minutos de aquí. Abrígate y lleva un paraguas.
- Nunca uso.


No me habría importado mucho pasar una Navidad sin vodka, pero perderme aquel paseo nocturno, eso no.

Me llevó casi tres cuartos de hora llegar al sitio indicado, y no por problemas de orientación, sino porque el camino más interesante siempre parecía el que más se alejaba del correcto, como intentando resumir mi vida.

El acceso a la licorería desde Stikliu Gatvé era imposible de localizar sin conocerlo, o sin un plano en una servilleta como el mío. En el callejón entre los números 17 y 19, donde desaparecían los adoquines y el barro ocupaba su lugar, un pobre borracho celebrando un día más de vida anunciaba la inminencia del local, como un neón intermitente ahora bebo - ahora muero. Hacia la mitad del callejón, unas escaleras que bajaban al sótano del edificio, y después un corredor oscuro de unos cincuenta metros que desembocaba en unas verjas metálicas atadas con una cadena. Era el timbre. Golpeando la cadena contra las verjas se abría una puerta tras ellas, apareciendo una sombra que alargaba la mano donde dejar el billete de diez. Por entre los barrotes, una botella de Stolichnaya envuelta en un papel de periódico.

El camino correcto era efectivamente mucho más corto. En apenas 15 minutos ya casi había llegado de vuelta a casa. Una luz más intensa que las demás indicaba una tienda abierta. Junto a ella, ella. No puedo calcular su edad, pero seguro que era mucho más joven que lo que aparentaba y mucho más vieja de lo que era.

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Llevaba un bastón en el que apoyaba su cansancio, un pañuelo negro sobre las canas y una gabardina de caballero sobre una chaqueta de lana. Sus zapatillas de felpa estaban empapadas por la nieve.

Contaba monedas en el umbral de la puerta. Monedas pequeñas, viejas, sucias, que se escurrían de entre sus manos ajadas, sin tacto. Contaba y miraba hacia la tienda, en cuyo escaparate se mostraba la mercancía. Pan, un par de zapatos, una linterna, latas de pescado ahumado, ropa de niño, utensilios de cocina,... Una y otra vez contaba las monedas y apretaba el puño al terminar.

Al pasar junto a ella yo miraba sus manos para evitar sus ojos. Con el bastón en la muñeca, una de las manos me pidió que me detuviera, y la otra me enseñó las monedas. No le costó mucho hacerme entender que apenas le faltaban unos kopeks para comprar el pan. Y a mí tampoco me costó meter mi mano en el bolsillo y añadir otras monedas a las que ya tenía.

Poco después la anciana salía de la tienda con el pan partido en dos pedazos. Quería compartir conmigo su cena de nochebuena. A pesar de que me negué en repetidas ocasiones, ella tomó el pedazo de pan y lo metió en mi mochila. Me quedé con él, me sonrió, se compuso ligeramente la gabardina y el pañuelo y se fue. Me quedé frente a la tienda viendo como se alejaba, arrastrando las zapatillas de felpa por los surcos de nieve de la acera.

De camino a casa me atormentaban los cientos de cosas que podría haber hecho por ella. La vergüenza de mí mismo me impedía mirar atrás.

- ¿También has traído pan?
- Sí, pensé que podríamos necesitarlo.

miércoles, diciembre 22, 2004

Enseñanzas

"Cuanto mayor es la dificultad, mayor es la gloria". Marco Tulio Cicerón



21 siglos separan las palabras de este cónsul romano de la estúpida interpretación que algunos hacen de ellas.

Así es cómo un técnico de Toyota prepara una patata al horno
* Precalienta un horno nuevo, de buena calidad, a 200ºC.
* Introduce una gran patata envuelta en papel de aluminio.
* Durante los siguientes 45 minutos se dedica a hacer algo productivo.
* Comprueba que la patata está hecha, la saca del horno y la sirve.

Así es cómo un técnico de Volkswagen prepara una patata al horno
* Elabora las especificaciones técnicas de la patata asada (Bratkartoffelnlastenheft) y comienza con el proceso de petición de ofertas (Angebotsbeantragung) y selección de proveedores (Lieferantsauswahl).
* Una vez preseleccionado el proveedor, le encarga que precaliente el horno a 200 ºC.
* Realiza un workshop informativo en casa del proveedor para que éste le demuestre su máxima eficiencia en el giro del botón del horno hasta la marca de 200º C.
* Demanda del fabricante del horno los certificados de calibración del mismo, exigiendo una variación de +/- 6 sigma en la medición de temperatura a 200 ºC.
* Elabora un procedimiento de control por el que el proveedor de la patata deberá instalar en el horno un termosensor iónico que garantice una comprobación continua de la temperatura durante su funcionamiento.
* Da instrucciones al proveedor para que coloque la patata dentro del horno y programe el temporizador en 45 minutos.
* Ordena al proveedor que interrumpa el proceso y abra la puerta del horno para demostrar la correcta colocación de la patata.
* Solicita un estudio técnico (Informationsbeantragung) que demuestre que la temperatura óptima de cocción de una patata es de 200ºC y que el tiempo necesario es de 45 minutos, exigiendo un plan para la reducción de costos (Kostenoptimierungsplan).
* Comprobación del estado de cocción de la patata a los 10 minutos.
* Comprobación del estado de cocción de la patata a los 11 minutos.
* Comprobación del estado de cocción de la patata a los 12 minutos.
* Exige al proveedor un informe detallado (Entwicklungsbericht) de la evolución de la cocción cada 5 minutos.
* Tras el estudio de benchmarking y ver que la competencia ya dispone de patatas asadas en el mercado, se demanda del proveedor un plan de acción para la reducción del tiempo de cocción.
* Comprobación del estado de cocción de la patata a los 15 minutos.
* A los 35 minutos de cocción, llega a la conclusión de que la patata está ya casi hecha.
* Felicita al proveedor. Después informa a su superior sobre los excelentes logros obtenidos, a pesar de que haya tenido que trabajar con un proveedor no dispuesto a cooperar.
* A los 40 minutos de cocción saca la patata del horno, a fin de realizar una reducción de costes sin perjuicio de la calidad de la patata, en comparación con el tiempo de cocción inicialmente estipulado de 45 minutos.
* Ordena al proveedor que abra el horno.
* Ordena al proveedor que saque la patata y presente el Initial Sample Inspection Report para la homologación del proceso.
* Una vez homologado el proceso de asado por el departamento de calidad de Volkswagen (Qualitätssicherungsabteilung), se sirve la patata.
* El técnico se pregunta cómo es posible que estos malditos japoneses puedan asar una patata tan buena y tan barata, y que por lo visto a la gente le guste más que las patatas de Volkswagen.


Ay Cicerón, cómo se nota que viajabas en cuádriga...

miércoles, diciembre 15, 2004

ABBA CDDC EFE FEF

Mi mujer perfecta ha de ser, primero
Imperfecta, para que así esté conmigo,
Saber matarme con lo que no digo
Y resucitarme cuando me muero.

Muy rubia, si echo de menos el sol
Y morena, si es que añoro la luna.
Si yo no llego, que le sobre altura
Si ella no llega que el alto sea yo.

Que me venda su alma cada mañana
Pinte palabras que beban al viento
Que vista de azul las noches profanas

Que enrede mi abrazo, sienta qué siento
Que ate mis besos, me ofrezca manzanas
Respire mi aire y caliente mi aliento.

jueves, diciembre 09, 2004

Un poquito de lo que te sobra

(Dedicado a Luthien, la más rebelde de la blogosfera conocida)

Llega la navidad, y puntual ha llegado la carta de Marisol. La única suya que recibo durante todo el año. Una carta con una foto y un dibujo.

Marisol es mi niña peruana. Tiene 7 años. La apadriné cuando Wenceslao ya no necesitó más mi ayuda y su pueblo tuvo los medios suficientes como para salir adelante por sí mismo. Desde que Global Humanitaria llegó al pueblo de Marisol, ella tiene una oportunidad para ir a la escuela, le han vacunado y ve como su comunidad puede acceder a ayudas para la siembra, a la construcción de pozos, a la instalación de letrinas,...

Hay quien me dice que darle a Marisol un poquito de lo que me sobra es una forma inútil de tranquilizar mi conciencia. También me dicen que no soluciono nada con asegurar la educación, la nutrición y la sanidad a un niño, si se piensa en la magnitud del problema.

No creo que tengan razón, pero aún si la tuvieran, la sonrisa de Marisol es un todo en sí mismo. No forma parte de nada, ni de soluciones globales, ni de reformas estructurales. Simplemente sonríe o no. Y yo tengo un poquito que ver en ello.

Ayudar a quien lo necesita no es una cuestión de caridad, sino un deber moral. Lamentablemente solemos eludir ese deber mirando a cualquier otro lado. Nuestra forma de pensar, de actuar sigue dos líneas: la de la comodidad y la de la continuidad, las hacemos ‘porque siempre se han hecho así’. Nos hemos acostumbrado a asumir, a seguir, a repetir, a aceptar en vez de cuestionar, de dudar.

Nada es más complicado de demostrar que la evidencia. Ya consideramos evidente, y por tanto obvio, incuestionable e irresoluble, que existan personas de primera y de segunda, que muera de hambre un niño cada cinco segundos, que en lugares del sur de África más del 60% de los muchachos que en la actualidad tienen 15 años morirán de SIDA, más del 30% de las mujeres embarazadas sean seropositivas y más del 30% de la población esté contagiada, que 9 de cada 10 niños con VIH o SIDA sean africanos, que mientras, la iglesia católica interprete las sagradas escrituras prohibiendo el uso de preservativos para entrar en el reino de los cielos (gracias Vaticano por su valiosa aportación, iba a decir ‘de mierda’), que las poderosas multinacionales farmacéuticas impongan precios sin sentido a sus productos condenando a muerte a millones de personas, que casi uno de cada tres habitantes del planeta viva por debajo del umbral de la pobreza, que las 100 familias más ricas del mundo tengan más recursos que los 100 países más pobres, que 1.000 millones de personas no tengan acceso al agua potable y otras tantas no puedan comer todos los días, que exista 1 millón de niños soldado matándose en unas guerras incomprensibles impuestas muchas veces por quienes les venden las armas,...

¿Y si los países pobres dedicaran todos sus recursos al desarrollo, y los países ricos dedicaran sus excedentes a ayudar a quienes están en dificultades? ¿Quién ha organizado esto de tal forma que unos pocos amasen fortunas inconmensurables decidiendo cómo hemos de vivir, y más aún, quién vive y quien muere, y en los peores casos, quién se tiene que matar, cuándo y con qué armas? ¿En qué nos hemos equivocado? ¿O no es un error? No entiendo nada.

Y mientras, damos todo por sentado. Todo es natural, todo es obvio, todo es lógico. Me recuerda al experimento de los 5 monos encerrados en una jaula en la que solamente hay una escalera y, sobre ella, un montón de bananas. Cada vez que uno de los monos intenta subir las escaleras para coger las bananas, cae un chorro de agua fría sobre los que están en el suelo. Al poco tiempo ya no son necesarios los chorros, porque son los mismos monos los que se encargan de castigar al que intenta subir. Después sustituyen a uno de los monos. Nada más entrar en la jaula, el mono nuevo intenta subir las escaleras, pero los golpes de sus compañeros se lo impiden. Así, poco a poco todos los monos son sustituidos, y todos repiten el mismo comportamiento, hasta que llega el momento en que ninguno de los monos que están en la jaula ha conocido siquiera la amenaza del chorro de agua fría. Aún así, ningún mono se plantea subir a la escalera. Todos los individuos de esa sociedad repiten un comportamiento simplemente porque las cosas 'siempre se han hecho así'. El absurdo de hacer, de asumir las cosas sin saber por qué, por el mero hecho de pensar que siempre se han hecho así.

Le pregunté en una ocasión a un chico en Noruega por qué la mayoría de sus casas eran rojas, amarillas o blancas. ‘Siempre han sido así’ me dijo. En el café del puerto donde estábamos, un viejo pescador, que me recordó a Chanquete y que se sentaba junto a nosotros, me explicó: ‘antiguamente los pescadores más pobres solo podían proteger la madera de sus casas con lo más barato, la sangre de las ballenas, y de ahí su color rojo. Los que tenían más medios, podían comprar un mejor producto, la grasa de la ballena, y de ahí su color amarillo. Sólo los ricos podían presumir de tener tanto dinero como para poder comprar pintura, y esta era blanca para que se distinguiera de las demás’.

Todo tiene un motivo, aunque en alguna ocasión se empeñen en ocultárnoslo. Si se quiere entender el verdadero significado, el primer paso es cuestionar lo evidente, por difícil o estúpido que parezca. Entender que quizá los colores no sean sólo cuestión de gustos, preguntarse quién se rie a través del cristal viendo como nos pegamos sin coger los plátanos sobre la escalera, pueden ser esos primeros pasos que ayuden a que no nos parezca normal que desde que empezaste a leer esto hayan muerto 50 niños de hambre.

viernes, diciembre 03, 2004

La memoria de los otros

Abrí los ojos y no veía nada. Sólo sentía un intenso dolor de cabeza envuelto en una absoluta confusión. Olía a hospital y yo estaba tumbado. Alguien me acariciaba con cariño la cara. La voz era familiar.

- ‘Doctor, ya vuelve en sí, ¡venga!’.

Otra mano, más fría, me cogió de la barbilla y me meneaba la cabeza.

- ¿Hola?, ¿Me oyes?
- Claro que te oigo – pensaba yo.
- ¿Puedes verme?
- No, eso no puedo – seguía pensando.
- Parece que vuelve en sí – le decía la mano fría a la cariñosa – no se preocupe, vengo enseguida.

El dolor no cesaba, pero las caricias de la mano cariñosa me hacían sentir mucho mejor. Intentaba comprender qué ocurría, ver dónde estaba, ver quién me tocaba... Intentaba ver. Unos minutos más tarde ya podía intuir algunas luces y sombras moviéndose frente a mí, que poco a poco fueron tomando la forma de una mujer de mediana edad.

- Tranquilo, todo está bien. Ya ha pasado.

Intentaba hablar, pero era incapaz de articular palabra alguna. Mi cuerpo no obedecía mis órdenes. ‘Pero ¿Qué ha pasado?’ quería preguntar. Imposible, mi boca, mi lengua no se movían. Pasado un rato ya podía ver con bastante claridad, aunque todo me daba vueltas como en medio de una borrachera. Comprobé que estaba en un box de urgencias, den un hospital. La señora que estaba frente a mí sonreía debajo de sus ojeras. Un doctor bajito, con barriga prominente y barba poco cuidada entró en el box.

- ¿Ya despertó? – La voz era la de la mano fría.
- Sí, pero no dice nada.
- ¿Me oyes? ¿Me ves?
- Joder, que sí – pensaba yo
- No se preocupe, es algo normal. Sólo es el shock post traumático. Puede que tarde un buen rato en reaccionar. Llámeme si nota algún cambio.

El doctor bajito salió de la habitación y me quedé con la señora que estaba sentada a mi lado, sobre la cama.

- No te preocupes hijo, todo está bien.

Seguía acariciándome mientras me tranquilizaba con palabras dulces. ‘¡Un momento!, ¿Hijo? ¿Es mi madre? ¿Y por qué no la conozco?’. Claro, era obvio: hospital, despertar, shock post traumático, ... tarde pero logré despejar la equis: Algo había ocurrido, y yo no recordaba nada. Pensé que podría haber sido un accidente, e inmediatamente intenté mover mis piernas. Primero dolor, pero luego... movimiento. Lo mismo los dedos, las manos, los brazos. Podía moverme y todas las extremidades estaban allí. Podía ver, y oír. No había sido tan grave, al parecer.

Una vez superado el checklist físico, empecé a preocuparme por mi falta de memoria. No recordaba qué había ocurrido y no reconocía a mi madre. Intenté hacer un esfuerzo y rebuscar entre mis recuerdos. Comencé a concentrarme. ‘A ver, vamos a ver, ¿qué es lo primero que recuerdo?... que abro los ojos y no veo nada. No, no, eso acaba de ocurrir, antes de eso, venga, concéntrate...’.

- Tu padre y tu hermana vienen enseguida, ya les he llamado.
- Así que tengo padre y hermana. Bien. Sigue hablando mamá, dame pistas – me decía yo.
- Anda que vaya susto nos has dado.

Ya de noche, un señor y una chica joven y guapa entraban urgentes en la habitación y se abalanzaban hacia mí. A pesar de mis doloridas carnes cómo agradecí aquellos abrazos. Aunque fueran unos desconocidos ¡eran mi padre y mi hermana!. Ya para entonces podía mover la cabeza horizontal y verticalmente para negar o asentir a las preguntas de mi familia. No pude averiguar demasiado de lo que había ocurrido, ya que aún no podía hablar, y ellos parecían eludir el asunto.

El doctor del siguiente turno de urgencias sólo permitió que una persona se quedara conmigo durante la noche. Así que mi madre se acomodó en la incómoda butaca frente a mi cama. Cansado de intentar recordar intenté dormir. Me quedé mirando cómo caían rítmicamente las gotas de suero por el tubo que entraba en mis venas. Me asaltaban más y más preguntas. ‘¿Quién soy?, ¿seré buena persona?, si ser buena persona me preocupa es que debo serlo, ¿tendré muchos amigos? ¿seré fontanero, ingeniero, maestro?...’ No sabía qué era, pero, pensé, me gustaría ser maestro.

Aquella idea me gustó, y con una larga noche por delante, empecé a imaginarme múltiples vidas, y comprobaba cuál me satisfacía más. No tenía ningún recuerdo, así que yo era un libro en blanco que podía rellenar a mi antojo. Y lo hice.

Buscaba un punto de partida y necesitaba datos, que no abundaban en aquel lugar. Me fijé en mi madre, que no vestía con ropas lujosas ni joyas. Parecía más bien una mujer sencilla, así que yo debía ser de familia humilde. Se explicaba con claridad y buenas maneras, y parecía que me quería. Debíamos ser una familia muy unida. Comencé a fantasear múltiples vidas a partir de ahí.

Primero me imaginé con mi familia, y decenas de amigos, en una vida feliz y plena, de la que fabriqué recuerdos y experiencias. Una vida de infancia alegre y difícil juventud, en la que debí combinar el trabajo con el colegio y la universidad. Una vida que me enseñaba que nada se regala y que todo lo que vale cuesta. Inventaba el día que aprobé las oposiciones, y la primera vez que entré en una clase repleta de alumnos que me miraban curiosos. Aquella maestra que me buscaba en la hora del café. Y las vacaciones en el norte, buscando los mejores ríos salmoneros. ¿De dónde me sacaba yo esas apetencias?

Después pensé que quizá despertaba de un largo coma, y que no recordaba nada porque nada había pasado en mi vida. No me gustó aquello y cambié enseguida de sueño.

Luego me dio por imaginar vidas curiosas, como empleado en un circo de domador de leones o trapecista, espía o actor porno. Algunos matices de las diferentes personalidades provocaban fogonazos de intensa realidad en mi mente. Parecía como si ciertos detalles de cada vida inventada activasen algún mecanismo mental con una soltura que sugiriese costumbre.

Me fijé en la sangre que subía por el tubo del suero, saliendo desde mi vena abierta. Y me dormí pensando en que quizá todos tenemos un poco de maestro y alumno, de espía y actor en esta circense existencia.

Pasaron unos días. De urgencias me llevaron a una habitación en la tercera planta, y de ahí a la casa de mis padres. Me encontraba mucho mejor, y ya podía hablar y andar casi sin ayuda, aunque seguía sin recordar nada. Me visitaron mis amigos, mi familia, mis compañeros de trabajo, y todos ellos se reían divertidos ante mi imposibilidad de recordar absolutamente nada. Así que se turnaban para traerme fotos y videos, contarme historias y ponerme al día de lo que había sido mi biografía, incluyendo el terrible accidente de tráfico en el que ‘tanta suerte tuve’. En pocos días yo ya era un experto en mí mismo.

Nunca recobré la memoria. Y de aquella parte de mi vida que me tuve que aprender, sólo queda lo que los otros sabían de mí. A menudo me pregunto cuánto de mí murió en aquel accidente.