martes, junio 14, 2005

Los posos

Cada día a las 8, cuelgo mi arco, mis flechas y mi gorro verde en una rama de un alegre ciprés, que los cipreses son siempre alegres da igual donde estén plantados. Éste se muestra altivo y orgulloso de la fuente de agua fresca y clara que mana a su lado, que lo riega siempre, lo arrulla por la noche y lo refresca por la mañana.

Sin arco, flechas ni gorro verde me quedo en bastante poca cosa, así que me disfrazo con mi traje gris y me dirijo a mi trabajo, una versión moderna de pillaje y rapiña, que ahora llaman ‘negocios’. Las incautas víctimas de antes, que pasaban por el bosque y cuyas bolsas repartíamos entre los que menos tenían, son ahora agresivos ejecutivos de multinacionales alemanas a quienes cuesta bastante más engañar, y son los accionistas quienes se reparten la bolsa que a duras penas conseguimos.

Renunciar a mis valores, dejarlos olvidados en el bosque junto al ciprés para vestirlos de nuevo a la vuelta, y asumir como propia la misión, la visión, los principios y valores de la empresa. A eso lo llaman ‘profesionalidad’. Aceptar eufemismos como dogmas de fe. Hablar de capacidad de adaptación al cambio y flexibilidad, de responsabilidad plena y autonomía de los equipos, de comunicación fluida, de confianza mutua...Mentir, deformar, robar, posicionarse, ocupar. En este mundo la confianza es propia de los incautos. La comunicación fluida, de los correveidiles. La responsabilidad, de los comemarrones. La autonomía, de los solitarios. La capacidad de adaptación, de los abrazafarolas.

Nunca me ha ido bien en los ‘negocios’ cuando se me ha quedado alguno de mis valores pegado, y sin darme cuenta no lo he dejado con los otros junto al ciprés. No se puede aborrecer la sangre si se es cirujano. Tampoco me ha ido mucho mejor cuando he extrapolado criterios empresariales a mi vida en el bosque. No se puede usar el bisturí para arreglarlo todo.

Sin embargo, quedan los posos. Porque la transformación no es completa. Y si los posos son los adecuados, sí que ayudan. Eres cirujano, con posos de integridad: cortas, sajas, amputas, seccionas, sin contemplaciones, pero tratas con cariño al enfermo, a su familia. Intentas ser buena gente, con posos de cirujano: vives, ayudas, confías, alegras, comprendes, sientes, pero localizas los problemas y los amputas con precisión.

Busco los posos buenos de cada parte e intento usarlos hacia uno y otro lado. Son pequeñas cosas: convencer a los accionistas de mi empresa para sustituir los regalos de Navidad a nuestros clientes por una postal que dice “Este año nuestra empresa no hará regalos por Navidad. Con este pequeño sacrificio usted ayudará a que en su lugar apadrinemos a 50 niños en Perú y Colombia” intentando ser profesional e íntegro, y no interesado. O aconsejar a un amigo que simplificar el problema es mejor que complicar la solución, intentando hablar en el bosque al estilo Kaoru Ishikawa.

Ahora solo me queda averiguar como librarme de los posos malos. Esos que se quedan adheridos en los más oscuros rincones del pensamiento, y que saben aparecer cuando menos se les necesita.

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