Existe un mágico lugar muy cerca de donde no vivo. Es un lugar pequeño, solo cabe una persona. A lo sumo dos. La brisa golpea la cara de frente y huele a olas y a sal. Hay una barandilla blanca, frontera entre la realidad y la magia. Se exige visado, en forma de abrazo.
Si se está solo, se aprovecha la postura ligeramente reclinada sobre la barandilla, en la que se apoyan los codos y se cruzan los brazos, abrazándose a uno mismo. Si ella está, se apoya únicamente el codo izquierdo sobre la barandilla, se coge con la mano su mano izquierda y se pasa por su espalda el brazo derecho, apretando fuertemente el pecho contra su hombro.
Yo me he acostumbrado a tener ambos codos sobre la barandilla, y a pasar mucho tiempo aquí. Un día me recliné más de lo habitual, y pude ver algo escrito en el otro lado. Algo antiguo, medio borrado por la brisa y la sal, que aún podía leerse:
A ti, azul,
Mar serena, cielo silente
Tierna, altiva
Infinita y constante
Seductora indolente
Audaz, pasiva
Fiel, distante
Luz azul confidente
Inmaterial, viva
Fría, extravagante
Ya me tienes,
Agua inalcanzable
El norte eres, azul
Rojo de ira
Rojo de envidia
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