jueves, octubre 28, 2004

Caminos de hierro

Tenía yo dieciocho años y mi mundo se reducía a dos provincias. Ni me preocupaba por ello ni quería que ello me preocupara. ‘Para que voy a tener frío si no tengo nada que ponerme...’

Mi clase no organizó viaje de estudios en octavo de E.G.B. Ese fue nuestro duelo por la muerte de un compañero. En el último momento tuve que renunciar al viaje a Roma, para el que tantas papeletas vendí en tercero de B.U.P., por una serie de acontecimientos que sumieron a mi familia en una bancarrota que duró mucho tiempo.

Mi preocupación a esa edad consistía en renovar continuamente la única posibilidad que la realidad me daba, sin plantearme demasiado el sentido de todo ello: trabajar para ese día poder estudiar, estudiar para algún día poder trabajar.

Durante mi época de universidad viví en una habitación alquilada en un piso compartido con otros estudiantes. Nos divertíamos recortando cada semana hasta el absurdo el presupuesto para comida, inventando recetas con premio a la más barata, sin puntos por ningún otro concepto. Rondé tanto al sacrificio que me enamoré de él hasta aburrirle con mis cortejos. Vivía obsesionado por demostrarme a mí mismo como de fuerte podía llegar a ser, por encontrar el mínimo y exprimir todo el jugo de la renuncia.

Mi habitación era la más pequeña de la casa. La más oscura. La más ruidosa. Yo la elegí. Ese cuarto miraba a la estación de ferrocarril. Durante el día, los cercanías paraban y partían contínuamente. Durante la noche los largas distancias y los mercancías pasaban ruidosos y casi siempre sin detenerse, despertando mis sueños. Yo dormía huyendo en ellos, acunado por su traqueteo. ‘En la vía 2, tren con origen en ninguna parte y destino a cualquier lado efectuará su salida de inmediato’.

Curiosamente, poco después, un viaje en tren cambió mi vida para siempre, sobre vías solo de ida a estaciones que ya no existen.

sábado, octubre 23, 2004

Puntas redondas

Rebuscar entre los recuerdos es como vivir de nuevo.
Fotos viejas, billetes de tren, cartas, libros y discos.
Parece que no pasa el tiempo, pero pasa.

Tuve una época en la que no quería poseer más de lo que pudiera llevar encima. Ahora, a pesar de que ocupen medio armario y aunque a veces duelan, no cambiaría esos fetiches por nada.

Ayer un viejo disco se me clavó mientras le quitaba el polvo.

Aun sangro.

Te tuve una noche de verano,
yo estaba muy solo, tú soñando.
Yo nada te quise confesar de mí,
tú nunca quisiste hablar de ti.
Nacieron las seis de la mañana
y un rayo de amor en mi ventana.
De pronto el recuerdo de un hogar sin calor
me hizo sentirme pecador.

Vete,
tú que eres libre como el viento
no escuches mi lamento, vete,
por favor, vete,
no mires hacia atrás.
Vete,
aunque se muera mi alegría,
aunque me seque en vida, vete,
por favor, vete,
hazlo por mí.

Lo que era deseo y aventura
se fue revistiendo de ternura,
pero una mañana pude huir de tu amor
como aquel que roba a una flor.

Vete,
tú que eres libre como el viento
no escuches mi lamento, vete,
por favor, vete,
no mires hacia atrás.
Vete,
aunque se muera mi alegría,
aunque me seque en vida, vete,
por favor, vete,
hazlo por mí.
Hazlo por mí.
Hazlo por mí.
Hazlo por mí.

domingo, octubre 17, 2004

El cielo bajo el mar (II)

Lo he hecho. Estoy aquí. He dejado de nadar. De inmediato, y como la vez anterior, mi ruido desaparece, el frescor me llena, y mis brazos y piernas se relajan mecidas por las corrientes. No lucho, sino que me dejo llevar. El agua me rodea, me abraza. Ha llegado el momento. Voy a abrir los ojos. Voy a desnudar las profundidades.


Con cierto recelo mis párpados apretados comienzan a relajarse. El agua busca los primeros resquicios entre ellos para desvirgar mis traslúcidos cristalinos. La siento fría. La sensación es de cierta tranquilidad ante lo aparentemente injustificado del miedo, y de extrañeza, al sentir ser tocado en lugares inhóspitos hasta el momento. El recelo va desapareciendo, y la confianza ocupa su lugar.

Intento no moverme, dejarme llevar, fluir con el agua. Mis brazos y piernas bailan la danza preferida del agua. A medida que desciendo la luz es más tenue, pero a pesar de ello mis ojos se acostumbran rápidamente a la oscuridad. Primero brillos y destellos, luego ráfagas de claridad, más tarde luces y sombras. Ya veo formas y movimientos. Todo es mucho más bello de lo que nos habían dicho, de lo que yo mismo hubiera podido imaginar. No quema ni contamina. No ensucia. No duele. Me invita a bailar. Me acaricia. Me besa.

Mis ojos ya están totalmente abiertos, incluso parpadeo como si el aire los resecase. Disfruto, me deleito con el espectáculo que se alza ante mis ojos. Seres singulares, curiosos, indiscretos, formas que aparecen y desaparecen burlando a mis sentidos, juegos de colores nunca vistos en la superficie, sombras, cumbres y simas. Me siento vivo, ágil, como si pudieda volar. Vuelo, decido mi rumbo y llego con facilidad a él. No estoy en el agua, formo parte de ella. He perdido el miedo y comienzo a adaptarme a mi nueva realidad. Danzo con las algas, acompaño a las corrientes, desafío a las mareas, retozo con las olas.

...

Me falta el aire. Desde que me sumergí he esquivado pensar en este momento. Pero ha llegado. Se que necesito el aire, por muy contaminado que esté. Intento apurar los últimos momentos aquí, en el agua, siendo agua. Danzo ya con demasiado esfuerzo y sin empuje. Mi cerebro necesita aire. Aire. Aire. Ya no piensa con claridad. ¿Y si probase a respirar agua? No, no. eso no es posible. No nací pez. Necesito aire. He de ascender. Rápido. Ya.

Como si deseara tener una última imagen que retener en mi húmeda retina y en mi recuerdo, miro hacia abajo. Hacia las profundidades. Están tan cerca. Tan cerca. Un pequeño impulso y podría posarme sobre ellas. Arriba el aire, abajo el final, el principio del mundo prohibido. ¿Me daría tiempo? ¿Podría tocar el fondo antes de salir, antes de regresar a la eterna superficie?

No hay tiempo para pensar. Arriba o abajo. Decide. Ya.

Bajo. Bajo más. Bajo mucho más. Y el fondo parece bajar conmigo. Se nubla la vista. Se apagan los ojos. La luz apenas llega. Ya no sé cuanto queda. La presión en mi cabeza. La urgencia en mis pulmones. Un último destello de lucidez para darme cuenta de que es demasiado tarde para arrepentirse y volver atrás. Solo me queda bajar.

Ya no veo, solo siento. El agua es más fría por aquí. La presión en mis oidos. El ruido de mis latidos atronando mi cabeza, y mis pulmones... mis pulmones explotando necesidad. No llego abajo, no alcanzo el fondo. Necesito respirar... lo que sea.

Respiro. Abro la boca. Aspiro profundamente. El agua me inunda por completo. Encharca mis pulmones y mis secretos. Ya soy más que nunca agua, por dentro y por fuera. Dejo de agitarme. Sin ver. Sin oir. Sin moverme. Siento como mi alma se ahoga y mi corazón descansa. Desciendo lentamente recostado sobre el agua, como si una mano me acercase a mi final. A mi destino.

Suave. Esponjoso. Blando. Acogedor. Esos son mis ultimos sentimientos al tocar el fondo, al abrazarlo, al fundirme con él. Ya somos uno. Ya no hay premuras. Ya no hay castigos. Esa fue mi voluntad y ese mi destino. Ir a ti.

jueves, octubre 14, 2004

Incoherencias y discontinuidades

Vengo oyendo desde hace un tiempo a una gran cantidad de personas que afirman estar cautivas en un cuerpo equivocado. Aseguran que la naturaleza cometió un error mayúsculo no adecuando su exterior a sus sentidos y sentimientos. Algunos incluso recurren a la cirujía, confiando en que el hombre arregle lo que Dios erró.

Es curioso. Yo he empezado a pensar que estoy muy contento con mi cuerpo. Tiene de todo. Todo funciona. Casi siempre de forma fiable y segura. Nunca me ha dado grandes problemas, sino en general bastantes satisfacciones. Sin embargo, creo que en mi caso el error se cometió con lo que metieron dentro.

Soy un cuerpo con una conciencia equivocada, apresando un alma que no es la mía, sufriendo dudas, desengaños, decepciones y frustraciones que el desgraciado de mi cuerpo no merece. Y me temo que la cirujía no es aún mi solución.

sábado, octubre 09, 2004

El cielo bajo el mar (I)

Cada vez me cuesta más seguir a flote. Antes me deslizaba sobre el agua, y ahora parece que su interior me atrae. No soporto este ruido ensordecedor, constante, este griterío bullicioso y desordenado. Serpentea por mis oídos, encontrando con facilidad aquellos últimos lugares en mi cabeza donde se instala. Intento taparme los oídos, pero si lo hago me hundo. La luz es cegadora, destellante, molesta. Pero me ocurre lo mismo si intento cubrirme los ojos. No puedo dejar de nadar. Debajo solo queda el mundo prohibido.

Pasan todos muy rápido junto a mí. Los que se percatan de mi existencia, no se molestan en variar su camino. Algunos me pasan por encima, sumergiéndome por unos segundos bajo el agua.

Siguiendo las reglas, cierro los ojos y contengo la respiración durante esos segundos, esperando el momento de recobrar el impulso ascendente y salir al exterior, contaminado, estridente, frenético, donde el calor me agobia, o el frío me consume. Solo queda nadar por nadar.

No puedo dormir. Si lo hago, dejo de nadar, y me hundo. Me siento agotado, sin fuerzas. Cada vez están más distantes las islas donde descansar. Distantes y repletas. En ellas nadie muestra el mínimo interés por mi. Indiferentes prefieren hacerme un vacío a hacerme un hueco. Veo pasar una isla tras otra. Las fértiles están ya repletas. Las áridas se desmoronan cuando intento encaramarme a ellas, desapareciendo rebeldes en las profundidades del océano que me rodea.

Esta vez alguien pasa sobre mí con más fuerza de la normal, o quizá yo opongo cada vez menos resistencia. Cierro los ojos, contengo la respiración. Desciendo más que nunca. Es extraña esta sensación. Toda la vida en el agua, y nunca he bajado hasta aquí. Un momento. Apenas unos segundos aquí, y ya ha desaparecido ese ruido dentro de mí. Solo llega un imperceptible murmullo de la mecánica actividad exterior. El agua me rodea por completo, y entra en lugares donde nunca había tenido tiempo para hacerlo. Entra en mí, casi violándome. Su frescor me proporciona un sensación placentera, de alivio, de tranquilidad, de serenidad, de limpieza. No nos está permitido sumergirnos, y mucho menos abrir los ojos. Con una mueca de sonrisa me doy cuenta que la ruptura de las reglas y las cadenas también me reconforta. Ya me falta el aire. Subo urgente. Abro la boca ansioso de aire sucio unos milímetros antes de llegar a la superficie, y termino la experiencia saboreando el agua clandestina.

Nado durante días, sin rumbo ni destino. Ya no quedan faros. Nado por nadar, intentando evitar cualquier atropello, cualquier accidente que me sumerja de nuevo. No debo hacerlo. Pero el sabor de ese agua, censurada, vedada, retumba en mi paladar. Mis músculos entumecidos no notan ya el cansancio, conocen su deber, y yo no reparo en ellos, solo saboreo el recuerdo de las gotas que conservo bajo mi lengua. Ese recuerdo pelea contra el arrepentimiento por mi falta de valor a la hora de abrir los ojos. 'Eran demasiadas reglas a romper', me justifico. 'No has roto nada, solo te rompes tú', me acuso.

Una vez. Solo una vez más. Me sumergiré una vez más y eso será todo. Abriré los ojos un momento, nuestro momento, el del mundo prohibido y el mío, y regresaré para siempre.

Lo he hecho. Estoy aquí. He dejado de nadar. De inmediato, y como la vez anterior, mi ruido desaparece, el frescor me llena, y mis brazos y piernas se relajan mecidas por las corrientes. No lucho, sino que me dejo llevar. El agua me rodea, me abraza. Ha llegado el momento. Voy a abrir los ojos. Voy a desnudar las profundidades.






domingo, octubre 03, 2004

El abrazo que te he soñado

sobre la almohada
Tu pelo hace cosquillas en mi nariz
y yo no veo más allá de ella

bajo tu pelo
Mis labios buscan tu nuca
y tú humedeces los tuyos

entre las sábanas
Mi pecho devuelve el hormigueo a tu espalda
y tú lo multiplicas en mí

junto a tu sexo
Mi mano se desliza en tu vientre
desde tu ombligo a tus pechos

tras de ti
Mi delirio se acomoda a tus curvas
y a tus lamentos

en tu deseo
Mis piernas pactan con las tuyas
y con su dulce trasiego

como péndulos
Tus pies rastrean a los míos
rezando a mi calor

en mi sueño
Tu respiración se adelanta a la mía
y a todos mis deseos