domingo, octubre 17, 2004

El cielo bajo el mar (II)

Lo he hecho. Estoy aquí. He dejado de nadar. De inmediato, y como la vez anterior, mi ruido desaparece, el frescor me llena, y mis brazos y piernas se relajan mecidas por las corrientes. No lucho, sino que me dejo llevar. El agua me rodea, me abraza. Ha llegado el momento. Voy a abrir los ojos. Voy a desnudar las profundidades.


Con cierto recelo mis párpados apretados comienzan a relajarse. El agua busca los primeros resquicios entre ellos para desvirgar mis traslúcidos cristalinos. La siento fría. La sensación es de cierta tranquilidad ante lo aparentemente injustificado del miedo, y de extrañeza, al sentir ser tocado en lugares inhóspitos hasta el momento. El recelo va desapareciendo, y la confianza ocupa su lugar.

Intento no moverme, dejarme llevar, fluir con el agua. Mis brazos y piernas bailan la danza preferida del agua. A medida que desciendo la luz es más tenue, pero a pesar de ello mis ojos se acostumbran rápidamente a la oscuridad. Primero brillos y destellos, luego ráfagas de claridad, más tarde luces y sombras. Ya veo formas y movimientos. Todo es mucho más bello de lo que nos habían dicho, de lo que yo mismo hubiera podido imaginar. No quema ni contamina. No ensucia. No duele. Me invita a bailar. Me acaricia. Me besa.

Mis ojos ya están totalmente abiertos, incluso parpadeo como si el aire los resecase. Disfruto, me deleito con el espectáculo que se alza ante mis ojos. Seres singulares, curiosos, indiscretos, formas que aparecen y desaparecen burlando a mis sentidos, juegos de colores nunca vistos en la superficie, sombras, cumbres y simas. Me siento vivo, ágil, como si pudieda volar. Vuelo, decido mi rumbo y llego con facilidad a él. No estoy en el agua, formo parte de ella. He perdido el miedo y comienzo a adaptarme a mi nueva realidad. Danzo con las algas, acompaño a las corrientes, desafío a las mareas, retozo con las olas.

...

Me falta el aire. Desde que me sumergí he esquivado pensar en este momento. Pero ha llegado. Se que necesito el aire, por muy contaminado que esté. Intento apurar los últimos momentos aquí, en el agua, siendo agua. Danzo ya con demasiado esfuerzo y sin empuje. Mi cerebro necesita aire. Aire. Aire. Ya no piensa con claridad. ¿Y si probase a respirar agua? No, no. eso no es posible. No nací pez. Necesito aire. He de ascender. Rápido. Ya.

Como si deseara tener una última imagen que retener en mi húmeda retina y en mi recuerdo, miro hacia abajo. Hacia las profundidades. Están tan cerca. Tan cerca. Un pequeño impulso y podría posarme sobre ellas. Arriba el aire, abajo el final, el principio del mundo prohibido. ¿Me daría tiempo? ¿Podría tocar el fondo antes de salir, antes de regresar a la eterna superficie?

No hay tiempo para pensar. Arriba o abajo. Decide. Ya.

Bajo. Bajo más. Bajo mucho más. Y el fondo parece bajar conmigo. Se nubla la vista. Se apagan los ojos. La luz apenas llega. Ya no sé cuanto queda. La presión en mi cabeza. La urgencia en mis pulmones. Un último destello de lucidez para darme cuenta de que es demasiado tarde para arrepentirse y volver atrás. Solo me queda bajar.

Ya no veo, solo siento. El agua es más fría por aquí. La presión en mis oidos. El ruido de mis latidos atronando mi cabeza, y mis pulmones... mis pulmones explotando necesidad. No llego abajo, no alcanzo el fondo. Necesito respirar... lo que sea.

Respiro. Abro la boca. Aspiro profundamente. El agua me inunda por completo. Encharca mis pulmones y mis secretos. Ya soy más que nunca agua, por dentro y por fuera. Dejo de agitarme. Sin ver. Sin oir. Sin moverme. Siento como mi alma se ahoga y mi corazón descansa. Desciendo lentamente recostado sobre el agua, como si una mano me acercase a mi final. A mi destino.

Suave. Esponjoso. Blando. Acogedor. Esos son mis ultimos sentimientos al tocar el fondo, al abrazarlo, al fundirme con él. Ya somos uno. Ya no hay premuras. Ya no hay castigos. Esa fue mi voluntad y ese mi destino. Ir a ti.

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