viernes, abril 29, 2005

No es una cicatriz

No son cicatrices, aunque tú digas que sí.

Seco, vale, pero te aseguro que al cauce de este río no le queda ya mucho de seguir llorando por agua.

miércoles, abril 27, 2005

Pedacitos de vida

Me gustan las cosas de segunda mano. Paseo por los rastrillos, y me quedo mirando toda clase de objetos sin ninguna utilidad y a precio de saldo. Curioseo entre los cacharros viejos, dando vida a sus dueños, haciendo un poco de arqueología sentimental. Imagino cuántas conversaciones de humo y ceniza habrá escuchado ese cenicero medio quemado que reza 'No hay en la vida nada como la desgracia de ser ciego en Granada', cuántas historias habrá escrito esa pluma reseca y que quedarán ya en el olvido, a quién habrán acariciado las manos que ennegrecieron las hojas de ese libro.

Nunca me quedo con nada de lo que curioseo. No creo que se puedan comprar los recuerdos, y esos trastos no son más que eso, pedacitos perdidos de otras vidas. Pero un día vi algo que no pude dejar escapar. Se trataba de un viejo contestador automático, con su cinta de cassette aún dentro. Lo compré de inmediato. ¡Acababa de encontrar un pedacito de vida parlante! Entre curioso y entrometido me sentía mientras iba a toda velocidad a casa, a desempolvar el radio-cassette. Por fin podría escuchar lo que un cacharro contaría de su dueño, y comprobar así la vida que se nos pega en lo que nos rodea. La ciudad perdida de un arqueólogo.

- Hola, soy Ana. Ahora no estoy, no puedo o no quiero atenderte. Deja tu mensaje y veré si te llamo. Piiiiiiiii

- Hija, soy tu madre, llámame. Me tienes preocupada. Hace días que no sé de ti.

- Hola Anita, soy Charly. Paso luego a recogerte. ¿Qué tal andas?. Un beso, mi vida.

- Hola soy Laura. ¿Quedamos después del trabajo y me cuentas que tal con Charly? Besooooos.

- Soy Alberto, del banco. Ana, pásate cuando puedas por aquí por favor. Un saludo.

- Hola Ana, soy Marcos. No dejo de pensar en ti. ¿Podrás venir hoy también? Llámame.

- Anita, soy Charly. ¿Te ocurre algo? Te noto rara. No me has llamado ni ayer ni hoy. ¿Qué pasa? Venga, un beso mi vida, te quiero.

- Hija, me ha llamado Charly para ver si estabas aquí. Luego ha venido a casa. Qué majo es ese chico y como te quiere ¿eh?. Oye, ¿cuándo vas a venir a verme?.

- Anaaaaa, soy Laura. Oye ¿Y ese chico de ayer? Uyuyuy, cuentamelo todoooooo. Muá.

- Hola soy Mari. Luego te llamo. O si no, mejor llámame tú, ¿vale?. Hasta luego.

- ¿Ana? Marcos. Sólo quería decirte que ayer lo pasé muy bien, y... bueno, que eres especial. Y..., bueno, ya hablamos.

- Hija, soy tu madre. ¿Me acompañas a comprar el regalo de Mari? Quiero verte y charlar un rato, que no sé nada de ti. Llámame anda.

- (Charly) ¿Anita? Venga, cógeme el teléfono... Oye, estás muy equivocada. No soy yo quien se está alejando. Tenemos que hablar.

- Soy Laura. ¿Ya has pensado qué vas a hacer? ¿Quedamos y hablamos? Besoooooos.

- Anaaaa, soy Mari. Oye, ¿vendrás a mi cumple, no? Llámame.

- ¿Ana? Soy Marcos. He escuchado tu mensaje, y... bueno... para mí... oye, mejor lo hablamos hoy, ¿vale? Te quiero.

- Hija, soy tu madre. ¿Necesitas algo? Papá preguntó hoy por ti. Llámame anda. Un beso.

- (Charly) Anita, si no quieres verme más sólo dímelo. Estoy empezando a cansarme de esto.

- Este es un mensaje para Ana (...), del Banco (...). Por favor, pase por nuestra oficina tan pronto como le sea posible. Muchas gracias.

- (Laura) Anutxiiiiiii, ¿ya has hablado con Charly? ¿Qué tal ayer con Marcos? Te veo luego. Muá.

- (Marcos) Hola, oye, ¿lo del fin de semana sigue en pie? Tengo que saberlo hoy, ¿eh?. Me dices algo. Un besito, cielo.

- Hija, ¿cuándo vas a venir? No sé nada de ti. Venga, llámame.

- (Charly) Ana, he estado con Laura. Me ha dicho que ayer no estuvo contigo y luego se ha dado cuenta y ha intentado arreglarlo. ¿Dónde estuviste? Esto se ha acabado, ¿verdad?.

- Ana! Joder! La he cagado. Ayer metí la pata con Charly. Llámame. Lo siento, pero ¡podías haberme dicho algo!.

- Soy Alberto, del banco. Necesito que te pongas urgentemente en contacto conmigo. Gracias.Es muy urgente.

- (Marcos) Ana, paso a recogerte a las 6, ¿vale?. ¡Y no te pases con las maletas! ¡Hasta ahora!

- Hija, ya te he ingresado lo que me pediste. Ande, ven a verme y hablamos. Un beso.

- Anita, soy Charly. Has conocido a alguien, ¿verdad? Ana, yo te quiero... Anita, vamos a hablarlo, ¿vale?

- Ana, soy Laura. Charly quiere verme hoy. Habla con él, tía. Venga, un beso.

- Ana, soy Marcos. Ya sabes, I just caaaaaalled to sayyyy I love youuuuuu. Un beso, hablamos.


(...)

Pedacitos de vida.

jueves, abril 21, 2005

Zeitzeitzeit...

El tiempo puede ser negativo. Por mucha cara de satisfacción que pusiera mi profesor de física cuando me decía que nada puede durar -1,3 horas, señalando mis cálculos con su equis roja. Se equivocaba.

- Dormir: 8 horas/día
- Ducha, afeitado, cepillado de dientes y otros en el lavabo: 1 hora/día
- Desayunar, comer y cenar: 1,5 horas/día
- Ida y vuelta desde casa al trabajo: 1,5 horas/día
- Trabajar: 11 horas/día
- Limpiar la casa, preparar la comida: 1,5 horas/día
- Compras, gestiones, varios: 0,5 horas/día
- Estar con la familia y los amigos: 0,2 horas/día
- Radio, televisión, leer, hobbies, tiempo para uno mismo: 0,1 horas/día

Total: 25,3 horas/día

Aunque igual mi profesor tenía razón y el tiempo siempre es positivo, y lo que es negativo, es el uso que hago de él... y teniendo en cuenta que la vida está hecha principalmente de tiempo, se me ocurre que si sólo dedico 0,3 horas al día a lo que realmente quiero y me gusta, y suponiendo que alguien descubriese la fórmula de vivir 50 años más a este ritmo, pues me quedarían:

50 años x 365 días/año x 0,3 horas aprovechables/día = 5.475 horas aprovechables, o sea, poco más de 7 meses de vida.

Existe otra posibilidad, y es aplicar la teoría de Gantt para la optimización del lead time, o sea, simultanear tareas para ahorrar tiempo. Ejemplos:

- Lavarme los dientes mientras duermo
- Dormir mientras trabajo
- Cenar mientras desayuno
- Limpiar la casa mientras hago las compras
- Afeitarme con mis amigos
- Cocinar de camino al trabajo
- Hacer pis mientras hago la comida
- Afeitarme mientras hago pis
- Dormir mientras voy al trabajo
- Leer mientras me ducho

Y así, enfrascado en esta reflexión, estaba pensando en una forma inteligente de acabar esto, pero es que... no tengo tiempo!!

lunes, abril 18, 2005

Uno más, uno menos

Zorionak niri
zorionak niri
zorionak Haiduc
zorionak niri...



Mi regalo de cumpleaños del año pasado fue que mi camino se cruzara con el de una tal Burma.

Lo que dura un cruce de caminos es más que suficiente para darse cuenta de que si éstos se separan, merece la pena agarrar la senda por las cunetas y torcerla hasta donde haga falta para caminar descalzo a su lado.

No he conocido a nadie que tiña las letras de la palabra amistad de tantos colores. Y sin embargo, a Burma no la definen los adjetivos, sino un verbo: Burma multiplica. Multiplica la intensidad de los momentos, las risas, los abrazos, la compañía y el cariño.

Pero no solo eso, Burma se multiplica a sí misma: fue ella quien me cogió de la mano y me llevó de paseo por la bloggosfera, quien me hizo cruzar la puerta a esta dimensión donde he conocido a personas excepcionales.

Sólo me queda pedir al próximo año que me permita seguir contando con la sensibilidad sin límites y el amor por las palabras y por todo lo demás de Agua, la originalidad y el ingenio de aMIN, los recuerdos y la ternura de la romántica Athena, la simpatía de mi compañera de viaje Cleo, el desgarro de la musa de Crono, el buen rollo, las tapas y los tragos en la bodeguita de Eloryn, el desparpajo de Flor, el extremo buen gusto de Gonzalo, la forma de hacerme sentir pequeñito de Holden, los cigarros, las mentiras y la sinceridad de Humo, el encanto y la belleza de la poesía de mi hermana Jacaranda, los achuchones de mi Kape, la proximidad, la emoción y la distancia de Llaeza, el compromiso, la implicación, los principios y la rebeldía de mis amigos Buddy y Luthie, la pasión por el arte y por la amistad de Magda, el seguir añorando a Mai, las letras perfectas de la deslumbrante maRía, la inocencia, la dulzura y el cariño de Mariposa, la sensualidad de Menta, el tacto limpio y la compañía de la seductora Mirada, la búsqueda de la felicidad de la espontánea y cautivadora Miss H, la coherencia y los análisis de Paco, esa otra forma de entender la vida tan particular de Poledra, la intensidad de la enigmática Sencilla y el buen humor de mi amor platónico Maruja.

Y quien sabe que otros caminos se cruzaran, y a dónde nos llevarán éstos.

¡¡Muchas gracias Burma, por todos tus regalos!!

lunes, abril 11, 2005

Del mismo centro

Odio las fronteras. Debe ser porque nunca nadie me ha querido dentro de las suyas.

Soy hijo de la emigración. Mis padres españoles emigraron a la próspera e industrial Euskadi cuando el humo rojo de los Altos Hornos se mezclaba con el verde de las montañas y el azul de las costeras de la anchoa y el bonito. En su maleta de cartón, sus ilusiones y sus apellidos. Y entre el verde, el azul y el rojo nací yo.

Sólo vascos, sólo españoles, ambas cosas... Yo nunca he tenido ese problema. Siempre he sido el 'español' en Euskadi y el 'vasco' en España. Origen y apellido, en su ruidosa pelea, acallando mi opinión o mi deseo.

Nunca me he sentido cómodo en ningún lado. Soy un engranaje colocado en otra máquina por error, que debe trabajar siempre a más revoluciones, siempre recalentado y siempre sobreesforzado para no perder el ritmo.

No suelo saber qué responder a la pregunta '¿de dónde eres?'. En realidad no soy de ningún lado, ni ningún lugar me es. No tengo sensación de pertenencia, sino más bien de ubicación. No tengo bandera, ni himno, ni rey, ni reino, ni reina, ni patria, ni estado, ni fuero. Y no sé si me estoy perdiendo algo.

Y si puedo elegir, elijo ser del centro, del mismo centro de un abrazo que me abrace, nacionalista de unos labios que me besen, mercenario de unas manos que me quieran.

Y con la partida de nacimiento, envolver el bocata de atún.


miércoles, abril 06, 2005

Cuánto hace que no hace tanto

Corrían los primeros noventa cuando volaban mis primeros veinte.

En Lituania se respiraba nuevamente aire de libertad mientras los tanques soviéticos cesaban su cerco a Vilnius. Yo apenas sabía a qué olía esa palabra, mis tanques también me habían tenido cercado mucho tiempo.

La libertad que yo buscaba tenía la piel más blanca, los ojos más azules y el pelo más rubio que cualquier otra. Así que no me costaría demasiado encontrarla, pensé.

Llegar fue fácil. Entrar no tanto. El policía de fronteras entre Polonia y Lituania me despertó de una patadita en la pierna y me pidió el pasaporte. Mientras despertaba, buscaba el documento en mi cartera colgada al cuello bajo mi camiseta. Por la ventanilla del tren la estación se me dibujaba más como un mercado. Cientos de personas se agolpaban con bultos amorfos en un baile frenético. Ofrecí el pasaporte al policía, quien mientras lo hojeaba me dijo burlón:

- Hiszpanii!... Olé!

Yo guardé silencio detrás de mi sonrisa, claro. Porque cómo podría corresponder yo completando una frase que empezara con 'Polska...'. ¿Solidarnosk? ¿Walesa? ¿Wojtyla? Me selló mi casi inmaculado pasaporte y me lo devolvió con una media verónica al más puro estilo de Morenito de Cracovia.

El tren se puso en marcha, dejando trás de sí Suwalki, el último pueblo Polaco. Avanzaba muy lentamente, como quejándose y resoplando, hacia Sestokai, el primer pueblo lituano.

Antes de llegar, una estación fronteriza y de nuevo los mismos bultos amorfos bailando sobre las personas que invadían la estación. Entonces me di cuenta de que aquellos no eran viajeros, sino trabajadores. Cada día hacían el mismo trayecto, cambiando ilegalmente ropas por tabaco, y alimentos por ámbar, comprando y vendiendo mercancías a cada lado de la frontera bajo los comprados ojos ciegos de los policías de ambos lados.

El policía de fronteras lituano fue menos simpático. No necesitó la patada porque ya estaba despierto, pero su actitud altiva, arrogante fue mucho más hostil, y me puso a la defensiva.

- Pass!

O bien me pedía el pasaporte o bien el Lituania te abofeteaban onomatopéyicamente. Se lo di y tras mirarlo largamente dijo:

- Visa!

'¡Joder, ahora me pide la tarjeta de crédito, y la mía es Mastercard, mierda! A ver si ahora no voy a poder pagar el visado y... ¡un momento! Visa... visado... ¡coño, si me está pidiendo el visado!' En fin, que casi casi le planto la Master delante, en vez de explicarle que como él bien debería saber, Lituania se encontraba en medio de su proceso de independencia, que aún no había embajadas para expedir el documento, y que obviamente las rusas ya no lo hacían.

Yo iba bien informado, y sabía que debía pagar 50$ por entrar en el país. Y como el poli sabía muy bien hacer su trabajo dijo:

- 100$!

A mi billete de 50 acompañaba una copia de la carta que su única y precaria oficina de exteriores en París me había enviado indicando el precio del visado, además de una sonrisa del tipo 'a mí me la vas a dar'.

Pues sí, me la dio. Porque después de hacerme bajar del tren para acompañarle a su oficina, y seguirle a duras penas con la mochila a medio colocar por un andén atestado, fumó varios cigarrillos y esperó hasta exactamente 1 segundo después de que se oyera el pitido que indicaba que las puertas de los vagones se cerraban para estampar su sello en el pasaporte, y dármelo con una sonrisa del tipo 'qué lástima me da que pierdas el tren, capullo', cerrando el ventanuco que nos separaba.

Al salir fuera para ver cómo mi tren se iba me pareció estar en otro lugar. La estación estaba desierta. ¿Dónde estaba todo el mundo? No había un pueblo a varios kilómetros, ya que era únicamente la estación de la frontera. Así que pensé en esperar y tomar el próximo tren.

El cartel que mostraba el horario de trenes habría sido comprensible si no le hubieran faltado tantas letras y si éstas no hubieran sido cirílicas. La señora con pañuelo negro y dientes a juego que vendía los billetes no hablaba. Un hombre, que barría la ceniza que caía de sus cigarrillos, me hizo entender que el próximo tren llegaría al día siguiente. Una mujer con un saco enorme pasó frente a mí y salió de la estación. La seguí.

Varios minutos después me llevó hasta un autobús, en el que esperaban unas 7 personas. Ya estaba mi problema resuelto. Compré un billete a un precio ridículo de unos pocos rublos, escogí un buen sitio y me senté.

Media hora más tarde, el conductor cerró su periódico. 'Ya salimos', pensé. El conductor se acomodó sobre su asiento y se dispuso a dormir. Un chico se sentaba delante de mí, y le pregunté:

- ¿A qué hora saldremos?
- No lo sé. Cuando se llene.
- ¿¡Cómo!? ¿Y cuándo puede ser eso más o menos?
- Pues depende de los viajeros del tren de mañana...

Acababa de cruzar la frontera del telón de acero, y ya había conocido algunos de sus lados más oscuros: corrupción, desencanto, resignación, silencio... Afortunadamente, me quedaba por conocer todo lo demás. Y aunque había prometido no ser ni actuar como lo que en realidad no era, un capitalista, empecé rompiendo mi promesa el primer día.

Desperté al conductor, y le compré todos los billetes que quedaban libres. Ante su incredulidad y la del resto de viajeros compré mas de 50 billetes y el autobús partió de inmediato.

Me esperaba mi libertad.