jueves, noviembre 25, 2004

1.000

Para mi Lady Marian, real e imaginaria,
para aquella por quien empezó todo,
como un juego que no se juega,
como un laberinto que no se anda,
para quien buscó el rostro detrás de la coraza,
y me cubrió bajo el infinito cielo de sus labios,
para aquella que pintó de azul sus palabras,
para quien me tienta, quien me entiende,
para quien camina descalza sobre mis ganas,
para quien vio más de lo que soy,
aun cuando no soy ni siquiera lo que calla,
para quien me abraza, para quien me llama,
para aquella a quien recordar es olvidar que olvidaba,
para ti, que te lees en mis palabras

y que seguro has sido mi visita número 1.000.

jueves, noviembre 18, 2004

Casi no recuerdo el día en el que mi alma se suicidó

Sé que era otoño, y los días se acortaban rápidamente. El viento y el frío fuera animaba a quedarse en casa, así que dedicaba la tarde a revisar y ordenar todos los recuerdos y fetiches de las vacaciones recién pasadas.

Ese verano había comenzado sin planes, por lo que decidí hacerlos por el camino. Tomé un tren que me llevó de Hendaya a París. Al llegar a Montparnasse ya había resuelto que mi próximo destino sería Praga, empujado por Kafka que me acompañaba en aquel viaje.

El trayecto desde Montparnasse Bienvenue hasta la Gare de l'Est es sencillo hasta para los que nos perdemos en las grandes ciudades. Línea 4 del metro, sin transbordos: Saint Placide, Saint Sulpice, Saint Germain des Pres, Odeon, Saint Michel, Cite, Chatelet, Les Halles, Etienne Marcel, Reaumur Sebastopol, Strasbourg Saint Denis, Chateau d'eau y finalmente Gare de l'Est.

Antes de que pasaran las dieciséis horas que separan Paris Est de Praha Smichov ya tenía perfectamente ubicados, construídos y hasta decorados su Castillo, el Puente de Carlos sobre el Vltava, su Ciudad Vieja y Barrio Judío,... Al llegar todo me era familiar.

La casualidad me llevó a alojarme en el mejor sitio que podría haber imaginado. La residencia de estudiantes de Strahov, sobre la colina Petrin, se utilizaba durante el verano como youth hostel para turistas sin recursos. A sólo 15 minutos andando desde el castillo, con una espectacular vista sobre Lesser, Strahov era el centro más joven y vivo de la ciudad.

En Strahov sólo había habitaciones dobles. Esto suponía una pequeña dificultad para los viajeros solitarios, ya que no estaba permitido ocupar cuartos individualmente. Por ese motivo, justo frente a la zona de recepción, aquellos desparejados que lo deseaban, esperaban la llegada de otros de su misma condición, para crear en cuestión de segundos una pareja de hecho que les permitiera beneficiarse de las 100 coronas por noche que costaba el lugar.

Pasaron varios grupos y parejas, mientras yo esperaba. Más tarde, en la ventanilla, una mochila enorme y dos piernas. Solo la veía por detrás mientras hablaba con la encargada de la recepción. Ella asentía al explicarle la recepcionista lo que media hora antes me había contado a mí. Giró su cabeza, y me miró siguiendo las indicaciones de aquella señora. Y se dirigió decidida hacia mí. Se llamaba Johanna y era colombiana. Como estudiante de intercambio en Francia pasaba en Europa sus últimos días antes de regresar a Bogotá a pasar el verano con su familia. Curiosamente había llegado desde París, en mi mismo tren.

No describiré a Johanna, únicamente diré que en aquella época yo era un tipo con suerte.

Como pareja de hecho, adecué mis planes a los suyos y alquilamos una habitación por una semana. El cuarto recordaba mucho más a un hospital que a un hostal. Las paredes, techo y suelo estaban pintados del mismo blanco. Había dos blancas camas con estructura de hierro, una silla blanca y un armario blanco. El cuarto de baño era el más grande que jamás he visto. Estaba en la misma planta, con unas 200 duchas, y una única pared que separaba la zona masculina de la femenina.

Un minuto le llevó a la sonrisa de Johanna acabar con la sensación extraña y ligeramente violenta al entrar en la habitación. Una hora pasó hasta deshacer el equipaje, organizar el cuarto y repartirnos el armario. Un día necesitamos para enamorarnos. Y una semana fue todo lo que el destino quiso regalarnos.

Ciento ochenta y cuatro horas más tarde, de nuevo la Gare de l'Est, en París. Metro, línea 4 hacia el norte. La siguiente estación es la Gare du Nord. Allí me quedé yo, esperando mi próximo tren, destino Copenhague. Y allí Johanna cambiaba al RER, que le llevaría a Charles de Gaulle, donde unas horas más tarde tomaría su avión.

Semanas después, mi mente y mi corazón se habían puesto de acuerdo para recordar aquellas vacaciones como maravillosas. Pero mi alma se empeñó en recordar solo la Gare du Nord.



Quise yo volar contigo
al otro lado del espejo.
El espejo fue espejismo
y el vuelo al desconsuelo.

Quisiste tú también volar
de la realidad al sueño.
Es un vuelo más pequeño
del sueño a la realidad.

viernes, noviembre 12, 2004

Tu espalda

Solo son necesarias unas determinadas condiciones de presión y temperatura para hacer que los átomos de carbono cristalicen en su forma hexagonal o en su forma cúbica. Unas miserables 'condiciones determinadas de presion y temperatura' que harán de esos átomos algo sucio, oscuro y sin valor, o algo de extraordinaria belleza, dureza y transparencia.

Sin embargo su destino, su existencia será tan diferente... si eres un montón de átomos de carbono cristalizados hexagonalmente te arrancarán a golpes de tu tierra, te trocearán y terminarás tus negros y polvorientos días combinándote con el ardiente oxígeno, cuyos átomos te rodearán a pares, crepitando en las brasas del infierno de la central térmica, y evaporándote sin más. En cambio, si la presión y la temperatura fueron tus aliadas, ah entonces, tu vida será otra cosa. Serás rescatado de entre la ganga y la turba, serás limpiado y tratado con dulzura, serás tallado y moldeado por manos artesanas, y quizá tengas la suerte de pasar generación tras generación por el cuello, pecho, dedos, muñecas y orejas de las más delicadas mujeres.

...

En eso pensaba yo mientras miraba tu espalda, moviéndose al ritmo de tu acompasada respiración, más serena que la mía. Ambos acostados en aquel lienzo vacío que a mí me pareció inmenso. Yo te tocaba solo con mi mirada, y tú huías hasta del tacto de mis ojos. Y tu silencio. También pensaba en ello mientras oía tu silencio añorando tus susurros, cuando te aliabas con tu frío desdeñando mi calor. Tú, la medicina para mi soledad. ¡Malditos efectos secundarios!

Habría matado por sentir tu aliento en mi rostro, tus labios en mi piel, tus sueños en los míos, porque tus dedos taparan mis heridas, porque... porque te hubieses girado. Pero no te importe. Me conoces. Sé pasar una noche solo, y dos, y tres... y todas.

Tu buscabas un diamante, aunque deberías saber que todos los carbonos somos polvo de grafito cuando nos calentamos
(por encima de 1200 ºC).

sábado, noviembre 06, 2004

El cuentista

Me han llamado cuentista... Y me he sentido halagado.

Comencé a leer cuentos porque son cortos. Nunca tengo tiempo, así que había que optimizar el proceso. Ahora envidio a aquellos que son capaces de condensar en unas pocas líneas toda la fuerza de 20 tomos.

A veces es una melodía, otras un paisaje, o una cita con alguien especial, una cara conocida o desconocida, un perfume nuevo o viejo, una mirada, una fotografía, una llamada inesperada o muy esperada, un amigo, un beso, una historia, una carta, un viaje, o un recuerdo... Despertamos cada mañana entre las mismas sábanas, y sin embargo, de vez en cuando, algo ocurre que hace de ese día algo especial.

Hoy ha sido, como no, un cuento (otro) de Papini, El reloj parado a las 7. ¿Quién más se lee en él?

Hay en una de las paredes de mi cuarto un hermoso reloj antiguo que ya no funciona. Sus manecillas detenidas casi desde siempre, señalan imperturbables la misma hora: las siete en punto..Casi todo el tiempo, el reloj es sólo un inútil adorno en una blanquecina y vacía pared.
Sin embargo hay dos momentos en el día, dos fugaces instantes en que el viejo reloj parece resurgir de sus cenizas como un ave fénix.
Cuando todos los relojes de la ciudad, en sus enloquecidos andares marcan las 7 y los cu-cu y los gong de las demás máquinas hacen sonar por 7 veces su repetido canto, el viejo reloj de mi habitación parece cobrar vida. Dos veces por día, a la mañana y a la noche, el reloj se siente en absoluta armonía con el resto del universo.
Si alguien mirara el reloj solamente en esos dos momentos, diría que funciona a la perfección...
Pero pasado ese instante, cuando los otros relojes han acallado su canto y las manecillas siguen sus monótonos caminos, mi viejo reloj pierde su paso y permanece fiel a aquella hora que alguna vez detuvo su andar.
Y yo amo ese reloj y cuanto más hablo de él, más lo amo, porque cada vez me siento más parecido a él. También yo estoy parado en un tiempo, también yo me siento clavado e inmóvil, también yo soy de alguna manera un adorno inútil en una pared vacía.
Pero tengo también fugaces momentos en que, misteriosamente, llega mi hora.
Durante esos tiempos, yo siento que vivo. Todo está claro y el mundo se transforma en maravilloso. Yo puedo crear, soñar, volar, decir y sentir más cosas en esos instantes que en todos los otros momentos. Estas conjunciones armónicas se dan y se repiten una y otra vez, como una secuencia inexorable.
La primera vez que lo sentí, traté de aferrarme a ese instante creyendo que podría hacerlo durar para siempre. Pero no fue así. Como a mi amigo el reloj, también a mí se me escapa el tiempo de los otros.
...Pasado estos momentos, los otros relojes que anidan en otros hombres, continúan su giro y yo vuelvo a mi rutinaria muerte estática, a mi trabajo, a mis charlas de café, a mi aburrido andar que acostumbro a llamar vida.
Pero yo sé que la vida es otra cosa..Yo sé que la vida, la vida de verdad es la suma de aquellos momentos que aunque fugaces, nos permiten percibir la sintonía con el universo.
Casi todo el mundo, pobre, cree que vive.
Sólo hay momentos de plenitud y aquellos que no lo sepan e insistan en querer vivir siempre, quedarán condenados al mundo del gris y repetitivo andar de la cotidianeidad.
Por esto te amo, viejo reloj, porque somos la misma cosa tú y yo.

lunes, noviembre 01, 2004

La furia y la tristeza

Si de algo realmente disfruto al conocer lugares lejanos es de la sensación de sentirme extranjero. Creo que es porque así me siento como en casa.

Ser extranjero y saber escuchar es lo que se necesita para que los más viejos del lugar desempolven sus historias y las compartan con quien desee hacerlas suyas.

Me habían invitado a cenar. No tengo mucho problema para comer cualquier cosa, pero en según qué latitudes despegar la tapa de la cazuela me provoca cuando menos expectación. Las llamaban ‘palomas’. Y sabían mucho mejor de lo que su olor pronosticaba. Se trataba de carne bastante especiada de varios animales, que se había dejado curar entre hojas de berza que la envolvía en forma de hatillos. Tras varios días de curación entre las hojas, se cocía en una mezcla de agua, leche y remolacha, que le daba a la salsa un color rosa intenso inesperado para una comida seria.

No me gusta contradecir a los mayores, pero casi tuve que forzar a la abuela cuando intentaba servirme la sexta ‘paloma’ en aquel plato enorme. La salsa rosa desbordaba sobre el mantel de las grandes ocasiones. Junto a los cubiertos desparejados, un huevo cocido y un pepino, que se utilizaban a modo de pan.

Yo sabía que todos me miraban esperando mi reacción al primer bocado, que fue discretamente exagerada, con lo que me gané a la cocinera, que me amenazaba con otra cazuela llena.

Después de la cena, regada con bastante vodka como era costumbre, la sobremesa fue larga y muy divertida. La traducción al inglés de los chistes de la abuela se tragaba toda su gracia, aunque viceversa ella se desternillaba, cuando escuchaba la traducción de los míos. Creo que me devolvía mi galantería con la cata de las ‘palomas’.

Sobre la alacena del comedor una figurillas de madera llamaron mi atención, y la abuela, atenta a todo, las tomó y me las brindó. ‘Son la furia y la tristeza’, me dijo. Se sentó junto a mí, y llenando nuestros vasos de vodka comenzó a contarme...

Existe en lo más profundo del bosque una puerta a un lugar encantado donde muchos hombres nunca pueden llegar, y donde otros muchos transitan eternamente sin darse cuenta... Ese lugar es mágico, ya que en él se vuelven concretas todas aquellas cosas que no podemos ver.
A una laguna de agua cristalina y pura, mágica y transparente se acercaron para bañarse haciéndose mutua compañía, la tristeza y la furia. Las dos se quitaron sus vestimentas, entrando en el agua desnudas y de la mano.
La furia, intranquila como siempre esta la furia, apurada sin motivo, se bañó rápidamente y más rápidamente aún, salió del agua.
Pero la furia es ciega, y no distingue claramente la realidad, así que, desnuda y apresurada, se puso al salir la primera ropa que encontró... la de la tristeza. Y así, vestida de tristeza, la furia se fue.
Muy calma y muy serena, dispuesta como siempre a quedarse donde está, la tristeza terminó su baño y sin ningún apuro, sin conciencia del paso del tiempo, con lenta pereza, salió del estanque. En la orilla se encontró con que su ropa ya no estaba.
Si hay algo que a la tristeza no le gusta es quedar al desnudo, así que se puso la única ropa que había junto al estanque, la de la furia.
Cuentan que desde entonces, muchas veces uno se encuentra con la furia, ciega, cruel, terrible y enfadada, pero si miramos bien, encontramos que esta furia que vemos es sólo un disfraz, y que detrás del disfraz de la furia, en realidad... se esconde la tristeza.


La abuela me regaló las figurillas envueltas con su sonrisa, mientras apretaba mis manos con las suyas.